miércoles, 28 de septiembre de 2011

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Terribles pesadillas le despertaron. Imágenes confusas que eran una mezcla deforme de alucinaciones y recuerdos de aquella noche trágica en la que él sin razón alguna había manchado sus manos con sangre de aquella valquiria; un año exactamente después no había noche en que no lo atormentara el vívido recuerdo de cómo en medio de esa tormenta furiosa, cobijado por la oscuridad más abismal, había cegado una vida, una esperanza, una increíble belleza, un inusitado querer. En las tardes soleadas, tan soleadas como esa en que la conoció, veía el brillo de sus ojos, centelleantes y vivaces, provistos de una expresividad enigmática y casi que hipnótica. Y en las noches en las que ni la luna se apiadaba de su merecido tormento casi podía ver de nuevo cómo dicho brillo se apagaba desilusionado y desafiante ante su vista. La brisa aún después de tanto tiempo parecía traer todavía consigo algún eco tardío de su dulcísima voz; la misma brisa que de vez en cuando se transformaba en un viento furioso recordándole sus últimas palabras, sentencia perenne que le acompañaría por el resto de su vida.

Emprendió el camino hacia aquel lugar a la vez sagrado y maldito, queriendo apaciguar la oleada de recuerdos que le golpeaba con tanta fuerza, refugiándose en la sombra melancólica de aquellos árboles antiguos que hacía un año habían dado cobijo al más grande suceso en su existencia, pero también a su accionar desgraciado, a esa boda de sangre que esa noche bravía quiso consumar.

La tarde era soleada, exactamente igual al día en que todo empezó, tanto así que al llegar a los pastizales abandonados creyó ver entre las hojas sus dorados cabellos. Por un instante deseó correr tras ellos con todas sus fuerzas, dejando en ello incluso su último aliento para poder ver su rostro al menos una vez más. Pero pronto la ilusión se desvaneció de la misma manera en que se desvaneció su vida a sus pies. Cada paso que daba consumía un poco más de su ya mermado aliento, se sentía de pronto asfixiado por la inmensa vaharada de humo que desprendía la hoguera de sus recuerdos…

Finalmente allí estaba, acompañado por las reminiscencias de aquel día magnífico y por el crudo remordimiento de esa noche impía. No sabía a ciencia cierta a que había vuelto, supuso que solamente se sentaría a esperar a que llegara la noche para perderse en vanas divagaciones, y así poder ponerle por fin a tan inusual historia un punto final. Su razón era una mancha indivisible, una confusión caótica de pensamientos que afloraban sin ningún compás ni orden, y que finalmente le hicieron sucumbir al más profundo de los sueños.

Estaba en un acantilado desde el que podía ver el mar en toda su extensión, un mar crispado y revuelto en el que sin duda no tardaría en formarse una violenta tempestad. De repente sintió que desde las rocas, al fondo del acantilado, una voz que él conocía muy bien lo llamaba. Le sorprendía que aún cuando la misma era un susurro él pudiera oírla claramente. No estaba muy seguro de que todo aquello fuese un sueño, no podía serlo porque ella estaba de nuevo allí, esperándolo presta a perdonar su injuria, y una suerte tan promisoria escapaba incluso a la realidad inverosímil de un ensueño. Caminó lentamente hacia el borde del acantilado hasta que por fin después de tanto pudo verla de nuevo, de pie sobre las rocas, envuelta en un vestido escarlata que parecía no empaparse de la furia creciente de las olas que rompían en la costa. Sus cabellos de oro eran uno sólo con el viento mientras susurraba algo ininteligible de lo que apenas podía rescatarse la melodía tierna de su voz. Parecía observar impasible el enigmático paisaje hasta que por fin se dio vuelta, exponiendo ante sus ojos una visión espeluznante: el vestido escarlata lo era porque estaba empapado con la sangre de la inmaculada doncella; en su rostro ya no podía apreciarse la belleza de antaño, solamente una mueca deforme que correspondía al puro rostro de la muerte; y sus ojos, esos que él creía ver cada vez que brillaba la luna, ya no eran más; en su lugar estaba el vacío, dos fosas de una oscuridad tan atroz como la que reinaba la noche en la que él acabó con su vida. A continuación le invitaba a bajar con su mano corroída, mientras en el mar la tormenta ya era un monstruo a punto de desencadenarse y devorar todo cuanto encontrara a su paso. Petrificado de horror fue absolutamente incapaz de moverse, permaneció allí en el borde último del acantilado hasta que la lluvia arreció con fuerza y el viento rugió con fuerza demoníaca empujándolo al vacío directo a las punzantes rocas, o peor aún, a los brazos de su amada…



Terribles pesadillas le despertaron. Imágenes confusas que eran una mezcla deforme de alucinaciones y recuerdos de aquella noche trágica en la que él sin razón alguna había manchado sus manos con sangre de aquella valquiria. Despertó en el bosque sombrío donde todo ocurrió, sin tener idea alguna de cómo había llegado hasta allí, el alba ya despuntaba en el firmamento y para él todo era una terrible confusión. Recordó entonces que habría de evocarla hasta su último aliento, y que sólo había un motivo para que él hubiera aparecido allí tan de repente: ese día que recién empezaba se cumplía ya un año desde el día en que le había cambiado para siempre la vida, desde la noche sagrada y maldita en que ya nada, nunca, fue como antes…

…a veces tenía la sorda impresión de que todos los días se cumplía un año desde el ocaso de su Valquiria, y de que así habría de ser por los siglos de los siglos… Amén.

Diego Sánchez Fandinho ROKR!!!_Camarada Jefe de lo Inacabado.
Septiembre 28 de 2011

88

EIN

Era una tarde soleada, en la que sin embargo a él las cosas se le antojaban más grises que nunca, o al menos tan grises como de costumbre. Ávido de soledad, partió a un desolado campo en el que de cuando en vez jugaban algunos niños; sabía que tal vez esa era una tarde en la que dichos niños querrían jugar y que por lo tanto no podría estar plácidamente solo en ese lugar, pero también sabía que no tenía mucho de donde escoger, estaba cansado y no tenía el tiempo suficiente para buscar un mejor lugar en el que pudiera desaparecer entre la hierba abandonada, desconectar su cuerpo y dar rienda suelta a las locas ensoñaciones de su mente. Así que allí estaba, lo más lejos que le era posible de las risas infantiles, tratando de amortiguar el ruido sumergiéndose entre los pastos, que se movían perezosamente con la brisa de aquella tarde tan soleada. Pero no fue suficiente, por más que lo intentó no fue capaz de desenchufarse, las risitas taladraban sus oídos y aquejaban su mente, trayéndole recuerdos de su infancia, tiempos mejores en los que sin duda alguna, para él todo había sido mejor. Con la melancolía a flor de piel decidió rendirse y volver a casa, se levantó y por encima de los pastos vio el lejano horizonte, que le hizo sonreír; todo parecía tan armónico en aquel bosque distante y sombrío, en el que ningún alma humana parecía haber dejado su huella pestilente. Era un bonito contraste, pues a su espalda el sol brillaba intensamente, pero sobre aquel extraño bosque se alzaban negras nubes, confiriéndole al mismo una belleza seductora. Pasaron algunos minutos en los que contempló el paisaje tranquilamente, hasta que de repente comenzó a sentir que alguien lo observaba. Se sentía intranquilo, nervioso e indefenso bajo el azote de aquella mirada invisible, más aún cuando no había sido capaz de darse vuelta para descubrir qué insolente era capaz de perturbar así su pacífica ensoñación. Decidió calmar su curiosidad creciente y en efecto esta despareció tan pronto giró su cabeza, pero solamente para darle paso a una sensación absolutamente extraña para él, un impulso crispó sus nervios con la fuerza de un rayo, luego de lo cual sobrevino una especie de aturdimiento absoluto, puesto que el insolente que sacudía su paz no era un insolente, sino una insolente, que además poseía en sus rasgos la belleza mística de las Valkirias. Además dicha insolente no estaba mirándolo a él, sino que, como él, contemplaba el enigmático paisaje algo distraída. Luego de algunos minutos la hermosa joven se percató también de que estaba siendo observada, y se ruborizó de una manera tan intensa, que él pensó que podría infartarse en cualquier momento. Dispuesto a evitar que semejante tragedia tuviese lugar, se incorporó de prisa y caminó hacia ella, sin saber exactamente que iba a decirle, sintiendo que levitaba y no que caminaba, tan nervioso como no había estado nunca en su vida. Supuso que debería empezar por disculparse por su atrevimiento, y si las cosas se daban, averiguaría luego cómo llamaban en esta tierra a aquella señorita de belleza celestial. Finalmente recorrió los pocos metros que los separaban, y mientras atropelladamente trataba de justificar su conducta con palabras nerviosas, se dio cuenta de que ella no estaba ni un poco menos nerviosa que el. Sus ojos, de un color extraño que a lo mejor no era en sí un solo color, se movían frenéticamente tratando de evitar la mirada del recién llegado. Sus manos, las más bellas que él había tenido la fortuna de ver, se trenzaban en anárquicos movimientos, dejando ver la intranquilidad de la que eran presas. El cesó de contemplar su belleza solamente cuando ella se apresuró a pedirle que olvidara el incidente, puesto que no representaba para ella una ofensa de ningún tipo…
Seis horas y media después aún seguían allí, él hipnotizado por la dulzura de sus risas y la melodía de su voz; ella entretenida observando cuantas fantasías era capaz de inventar este hombre tan “extraño”, tan sólo para oír su risa, que en su opinión no tenía nada de especial. Y en esa fantástica retahíla habrían seguido de no ser porque la medianoche era demasiado fría en esos oscuros parajes, y ni la tibieza de su charla habría sido suficiente para amortiguar tan helada sensación. Así que, no sin pesar, partieron cada uno por su senda, no sin antes acordar encontrarse en el mismo sitio el lunes siguiente, y el siguiente, y el siguiente, hasta prometer que no pasaría un lunes sin que se encontraran allí, hasta asegurarse que no se olvidarían ya nunca en sus vidas.

ZWEI

Muchos lunes pasaron, y en cada uno de ellos encontraron razones para quererse con locura. Por separado, cada uno en su soledad meditabunda divagaba acerca de cuan intensamente se complementaban entre sí. Era como sí ella fuese la parte que a él le hacía falta, y viceversa. Sus vidas, hasta entonces grises y carentes por completo de emociones verdaderas, tenían ahora un nuevo sentido; martes, miércoles, jueves, viernes, sábado, domingo, LUNES. Una semana les parecía eterna para volver a verse, se perdían a voluntad en recuerdos de lo que vivían en sus tardes de ensueño, y también sonreían al imaginar lo que aún no sucedía entre los dos…
Cada rasgo de sus vidas diarias parecía estar marcado por lo que sentían entre sí, y sin embargo seguían encontrándose solamente los lunes, solamente en aquel solitario lugar, sin que nada más allá de un saludo ligeramente cordial hubiera entre ellos. El fuego que crecía en su interior era avivado cada día por la expectativa de lo que les depararía el lunes siguiente, tanto así que creció lo suficiente como para ya no dejarse controlar. Fue de esa manera y no de otra como esperaron el lunes inmediatamente siguiente, con el nerviosismo de saber que ese lunes sus vidas cambiarían radicalmente.

DREI

Llegaron exactamente al mismo tiempo a su encuentro, igualmente marcados por una noche sin dormir, aunque la belleza de la dama no se opacaba ni un poco por dicha circunstancia. El tomo su mano entre las suyas y la besó con respeto y fervor profundos, diciéndole sin palabras lo que ya significaba para él. Ella correspondió con las blancas mejillas tenuemente iluminadas por la sangre que fluía desde su inmaculado corazón. Se sentaron y cada uno a su manera intentaba sin cesar abordar el tema en cuestión, fracasando ambos en todos sus intentos. Pronto eran conscientes de que estaban demasiado nerviosos para estar sentados, así que decidieron caminar… al bosque sombrío que los dos contemplaban cuando sus vidas se cruzaron, con el mudo presentimiento de que bajo la sombra de aquellos antiguos árboles hallarían el valor necesario para confesarse lo que en sí ya sabían pero se negaban a aceptar.
Caminaron largo rato, algo distraídos de sus nervios por una entretenida conversación, sintiendo estremecerse a su piel al contacto mutuo de sus manos, puesto que tomados de la mano iban caminando desde hacía ya un rato bajo una tenue llovizna. La noche fue cayendo lentamente, una noche oscura sin una sola estrella que iluminara su caminar, tan sólo la pertinaz llovizna que ya empezaba a cubrirlos con un manto helado. Ya se acercaban al bosque cuando la noche se tornó más oscura aún, comenzaron a soplar vientos furiosos, y en tan sólo unos minutos se precipitó sobre ellos una lluvia que arreciaba con descomunal y creciente fuerza. Corrieron en busca del abrigo de los grandes y apesadumbrados árboles, que todavía estaban algo alejados. Finalmente llegaron al bosque, atrás habían quedado las luces palpitantes de la ciudad, que parecían, al igual que todo lo que los rodeaba, como sacadas de un sueño. Aunque ya estaban alejados de la furiosa tempestad, por entre los árboles aún soplaba el viento, dando caricias heladas a su piel, llevándose consigo el calor de sus cuerpos. Entonces, guiados en parte por un “instinto” primitivo, y en parte por el fragor que los unía, se fundieron en un solo abrazo, el primero y más intenso, queriendo conservar un poco de calor, queriendo sentir tan cerca como se pudiera el palpitar de sus corazones. Cada vez más parecía que no era suficiente, así que lentamente y en medio de temblores involuntarios se fueron acercando más, y más… y más. Temblaban casi tan intensamente como latían sus corazones, tenían mucho que decirse pero el frío atroz y la cercanía inverosímil hacía tiempo que los habían enmudecido, así que dejaron de mirar el suelo bajo sus mojados pies y lenta y pausadamente fueron subiendo la mirada. Ella vio el brillo de sus ojos y él vio sus ojos expresivos, que tenían un color que no era un solo color en sí, escondidos pero resplandecientes tras los dorados cabellos que caían sobre su rostro de marfil. Finalmente llegó el momento esperado, el alfa y el omega de sus existencias, el instante en que apenas habría espacio entre sus labios para un tenue suspiro. Sentían estar al borde de un idílico precipicio, esperando solamente un susurro a sus espaldas para dejarse caer. Y dicho susurro llegó, una oleada de sensaciones casi saturaba las mentes de aquellos personajes; fue ese un beso eléctrico, el rayo que le faltaba a aquella tempestad. Por él fin sentía sus labios helados, pero tiernos, unirse a los suyos. Por fin ella podía sentirse segura en sus brazos. Abrieron los ojos, ansiosos por asegurarse de que todo aquello no era un sueño, y en efecto no lo era. Sus miradas se encontraron, aún temblaban, sólo que ya no era causa exclusiva del implacable clima y de la tormenta que arreciaba, sino que también se debía al electrizante suceso que había tenido lugar. Una sonrisa fue su única reacción, una sonrisa que era la pureza encarnada, una sonrisa que resplandecía al punto de que él casi tuvo que cerrar los ojos y negarse a contemplar tan sublime belleza. Hizo acopio de todas sus fuerzas y la miró fijamente a los ojos, tomo su mano, que el imaginaba tenía la perfecta blancura de la nieve que nunca había visto, y la besó de nuevo. La misma conmoción para él, y habría podido decirse que también para ella, de no ser porque esta vez la sensación que ella tuvo fue mil veces más fatalmente intensa; esta vez no era solo el beso de su amado el que la estremecía, sino también la caricia lasciva de una fina y reluciente daga.

GESAMT

Agobiada por el intenso dolor, resumió en una sola frase su desdicha, sabiendo que sus palabras lo torturarían hasta el último de sus miserables días:

-Todo esto no fue nada más que una alegría efímera…

Lo último que vio antes de que ella se desvaneciera entre sus brazos fueron sus dulces ojos, los mismos que eran de un color que no era un solo color en sí, y en ellos una simple pregunta: ¿Por qué? Luego de eso se apagaron para siempre, y al marcharse su brillo supra humano se llevó consigo su esperanza.
Se dejó caer al lado de su cuerpo, y pasó la oscura y lluviosa noche deslizando sus manos ensangrentadas entre aquellos cabellos de oro. Al amanecer aún lloviznaba, y antes de marcharse a vagar por el mundo, lacerado por la culpa y la soledad nociva, antes de empezar a preguntarse ¿Por qué? el resto de sus noches, susurró al oído de la deidad muerta unas palabras del gran Genio inmortal: “Era el esplendor de un sueño de opio, una visión aérea y arrebatadora, más ardorosamente divina que las fantasías que revoloteaban alrededor de las almas dormidas de las hijas de Delos”. Luego de eso marchó, con la sorda certeza de que esa mirada inquietante lo guiaría a las fauces del averno indecible que ante sus pies se abría.




Diego Sánchez Fandinho ROKR!!!_Camarada Jefe de lo Inacabado
Lunes, Agosto 22 de 2011

domingo, 12 de septiembre de 2010

Buenísima canción!

Y otros no tan antiguos.

Abre tus ojos y dime
Que aún no ha subido el sol,
Que la penumbra aún nos cobija
Ocultando nuestra desnudez.

Abre tus ojos y descifra
Con una sola mirada mi ser,
Pues quiero sentir esa mirada invisible
En la negrura de la noche.

Ven y susúrrame al oído
Que pronto todo acabará.
Conviértete en mi profeta y poetiza,
Dime que presientes la armónica destrucción.

Hazme sentir que estarás conmigo
Aún cuando todo caiga,
Que reirás junto a mí solemnemente
Cuando un Réquiem se oiga por la humanidad.

Sé que la nobleza de tu alma
En pie mantendrá tu fé,
Más allá de cuando las iglesias
No sean más que un pérfido recuerdo.

De prisa, por favor, ya debes actuar,
Ya puedo sentir que de la penumbra estrellas caerán.
Siento cercana la antes lejana brisa del mar.
Estoy seguro, todo se precipita hacia su final.

Abre tus ojos y muéstrame por ellos el mundo,
Déjame toma tu mano y besarte ya!
No es la penumbra la que me impide verte,
Has quemado mi vista con tu mirar.  

Versos muy antiguos...

Nunca te he visto
Pero se q te conozco
Y aunque no he visto tu rostro
En la oscuridad de la noche
Intento imaginarlo.

La imagen de tu faz
En mi mente aparece
Iluminada por la luna
Con su blanca sencillez,
Coronada con estrellas
Que en silenciosa alegría
Contemplan a su vez
La mayor obra de Gaia.

Solo espero el día en que me llames
Para ir a tu encuentro,
Atravesando esta sabana
Orientado por tu voz.
Darte una rosa negra
Q para todos marchita esta
Menos para ti q entiendes
Q gracias a la muerte
De los azares de la vida
Ahora libre esta.

Y si por alguna razón
No lograra complacerte
Me iría a un nido,
Y a sol de oriente me expondría
Y como el fénix ardería
Solo para renacer de las cenizas
Con una nueva esperanza:
Volver a encontrarte.

PRIMERA TRANSMISIÓN

En septiembre, mes estremecedoramente cursi en mi país se inicia la transmisión en Internet de las pendejadas que a mí me parecen interesantes, así que, Bienvenue! Espero que de algo les sirva, al menos para darse cuenta de que hay alguien aún más desparchado que ustedes.